Volvemos después del letargo navideño, pero una no sabe si vuelve de la pandemia o a la pandemia de siempre. Sigue ocurriendo lo mismo en los periódicos, las tertulias
de la radio, los informativos de televisión. Ocurre la pandemia, pero -esta vez sí- es común el deseo de superarla. Hasta el presidente del Gobierno ha claudicado: póngan
se la mascarilla y salgan a bailar. Que todos nos vamos a contagiar es el comentario imparable en una sociedad, por cierto, ejemplar que da lecciones al resto de Europa y
combate el negacionismo que mata. Tengo pocas certezas en esta vida, pero una de ella es que negar la eficacia de las vacunas mata. Lo constatan los datos, los epidemiólogos y los médicos que colocan respiradores en las UCI. Otra cosa es que nos maltraiga la idea de que hay mucho negocio detrás de Pfizer, Moderna, AstraZéneca.
Volvemos, sí, pero me temo que aun mundo que ha cambiado tanto que hasta Cristina Pedroche desbancó a Ane Igartiburu en las campanadas de Sol y Ramón García
se fue a Twitch a dar las uvas con Ibai Llanos. Volvemos a una vida que ya no es
la de siempre. Apaga la tableta. Deja el móvil. ¿Sigues en Tik Tok? La felicidad ha cambiado hasta de manual de instrucciones. La mejor noticia de cuantas leí estos días es que los niños volverán a clase con normalidad pandémica. ¡Solo faltaba que cerraran las aulas y abrieran las discotecas a las nueve de la mañana!
Volvemos, sí, pero, ¿adónde? Si ya no sabemos quiénes somos. Si nos cuesta reconocernos. Si somos un tiempo sin abrazos, sin besos, quita niño no vaya a ser que esa tos. Volvemos con la taquicardia que produce el antígeno, con el síntoma que no existe, con una somatización de todos los males. Gripe, Ómicron, Delta.
Este año no nos vale con encomendarnos a la Virgencita (que me quede como estoy) porque volvemos con las ansias de inaugurar de verdad los felices años veinte,
de cruzar fronteras sin el pasaporte de la enfermedad en la boca, de rozarnos en un concierto. Pero asumamos que el mundo ha cambiado y que quizá cuando salgamos a
bailar no sepamos qué pie mover. El contagio masivo solo ha servido para una cosa: para que Pablo Casado dé positivo y Sánchez le desee en tres palabras “una pronta recuperación”. Para que luego digan que no hablan. Por Twitter, claro. Volvemos.