Pues qué quieren que les diga: a mí me gustó ver a la Princesa de Asturias jurando bandera. Llámenme antigua, pero yo no termino de encontrar ninguna antigüedad en la disciplina castrense.
Si las audiencias de televisión son termómetro de algunos síntomas -y quien les escribe lo cree, la heredera despierta ‘fiebres’. La mañana del sábado 8 de octubre, soleada en toda España y calurosa en las playas, casi un millón de personas se detuvo en TVE para ver el acto. Descuento las redes, los informativos, los programas de radio y televisión que replicaron la información y repitieron la imagen de Leonor besando la bandera que mandó bordar su tatatarabuela, que es lo que va antes de la tatarabuela y que, en este caso, también fue una mujer, la Reina María Cristina.
Por algún lado nos aprieta la sed de tradición para que los formalismos sigan despertando interés o, al menos, curiosidad. Si no fuera por los desmanes de don Juan Carlos, la monarquía habría transitado sin escandaleras en la España del siglo XXI que, desde 2008, no levanta cabeza entre unos, otros y los de más allá (léase Waterloo).
Para las mujeres, las primeras veces siempre resultan excitantes. Y cada paso que damos es como recorrer varios kilómetros sin aire ni agua.
Piensen que no fue hasta 1988 cuando juró bandera la primera promoción que admitió mujeres en la Academia del Ejército y que el primer ascenso femenino a general ocurrió en 2019. Es decir, antes de ayer. Suponer que veremos a una mujer como jefa de los ejércitos, jefa del Estado y todo lo demás que supone ser Reina sin pasar por la categoría influencer, youtuber o tiktoker es muy estimulante. Llámenme antigua.