Ni en los mejores tiempos del agitprop, la furia se difundió con tanta rapidez. La furia del desamor. O la venganza de la traicionada. La rabia de unos cuernos tan publicitados y rentables, tan comunes, que millones de mujeres los hicieron suyos. Hasta los desearon por el placer de sentirse un poco loba en la frase de Shakira. Nunca una letra dio tanto consuelo en un semáforo en rojo de la Gran Vía. Es como si la legión del cincuenta por ciento que somos necesitara con urgencia un himno para amortiguar el sinsabor del trueque, el efecto del vicio más antiguo del hombre. El matiz que explica, a mi juicio, el revuelo nacional es que, hasta ahora, ninguna mujer lo habían cantado a los mil vientos de las plataformas musicales con nombres a los que solo falta el apellido para sortear las demandas.
A partir de ahora, el “Hey” de Julio Iglesias o los quejidos del “Se acabó” de María Jiménez pasan a ser una broma del siglo XX. Los productores de los ochenta eran aficionados al lado del argentino Bizarrap (24 años), productor de la cancioncita de marras y mago de masas. Ignoro el efecto de la letra de entonces, pero el cántico de Shakira pasará a la historia por su anestesia general. Más allá de la diana contra la que dispara sin piedad, agradezcamos que Shakira silenciara, al menos durante un día, los bofetones políticos de las redes. Hasta los opinadores más sesudos tuvieron difícil zafarse del asunto.
Que todo desamor deja cuentas pendientes es más viejo que el vivir. Solo uno sabe cómo saldará las que no pueden borrar el paso del tiempo. Pero hasta cuando escribo estas palabras pensando en la descendencia, me desdigo. “Las mujeres no lloran, las mujeres facturan”, canta la colombiana. Bendita escandalera.