No hace mucho vi un delicioso documental de Umberto Eco en Filmin. Se titula ‘La biblioteca del mundo’. Se lo recomiendo. Es un paseo por su biblioteca y por sus ‘saberes’, que vienen de la cantidad de libros que ha leído y ha dejado en herencia.
Fue un hombre que no discriminó entre gran literatura y literatura de entretenimiento porque hacerlo -y esto lo digo yo- es juzgar a los lectores y cada uno sabe por qué lee lo que lee y cuándo lo lee. Después de hacer el amor, leer es lo más íntimo que existe. Y no deberíamos escarbar en las intimidades ajenas.
Hay libros que nunca pasarán una reedición que nos dejan un recuerdo maravilloso y clásicos que tardamos meses en acabar y celebramos llegar a la última página. Eco también dice que no debemos dejar que nos chantajeen con libros que otros han considerado importantes.
Al hilo de sus reflexiones pensé en las lecturas obligatorias de los colegios. Mi hijo de catorce años está leyendo las ‘Novelas ejemplares’ de Miguel de Cervantes. ¿Te gusta?, le pregunté. No mucho, me contestó. No le culpo.
A esa edad hay que leer aventuras, misterio, literatura fantástica. Deben cimentar su universo con el entusiasmo de los personajes que surcan mares y descubren tesoros. Sobre todo porque las únicas verdades están ahí. Nadie cuestiona la verdad de un libro. En este siglo de incertidumbres y ausencia de certezas, de fake news y discursos vacíos, necesitamos darle una vuelta a las creencias.
Nadie rebatirá la existencia del doctor Livesey de Stevenson. O la de Superman de Jerry Siegel. O la de Manolito Gafotas de Elvira Lindo o las vidas de Los Cinco de Blyton. Y todas… ¡están en los libros (llenos de verdades)!