Cuando ustedes lean este escrito, aún no habremos ido a votar. O sí. Ya saben que el voto por correo se ha disparado y las oficinas se han colapsado. ¡No va a haber sacas para tanto voto precavido! Supongo que lo es (precavido) el elector que ha corrido a dejar su papeleta para irse de vacaciones con los deberes de ciudadano hechos.
Los que saben (o dicen que saben) analizar las realidades políticas auguran una vuelta al bipartidismo tan denostado desde que en 2015 los salvadores de la patria irrumpieron en las plazas para invitarnos a un harakiri que, por fortuna, no nos ha abierto en canal.
Muchos quisieran que Feijóo ganara como ganó Felipe González en 1982, pero los partidos no están como en los ochenta. Aún, no. Si los que saben (o dicen que saben) aciertan, al PSOE le espera el desierto de una gestora, el trauma de un congreso y la buenaventura de un nuevo líder que tendrán que buscar en alcaldías olvidadas o vaya usted a saber dónde.
Es decir, que aún no veremos ese bipartidismo sólido que manejó el país durante cuarenta años, desoyendo los síntomas de la calle.
Tardará en llegar, pero si no lo estropean, resucitará y, por el camino, esquilará los nacionalismos, independentismos y populismos de todo signo que tanto tiempo nos han hecho perder manoseando la Constitución y colocándonos en un escenario que no resultó ser ninguna panacea. Al revés.
Así que, si los que saben (o dicen que saben) han interpretado bien el sentir de este país, quizá estemos ante la última oportunidad de pegar las cerámicas del jarrón roto entre unos y otros. No lo vuelvan a romper.