La historia más fabulosa de cuantas he leído últimamente ha sucedido en un pueblo de Alicante de poco más de tres mil habitantes llamado Biar. Detenido un cartero de sesenta y dos años por quedarse con veinte mil cartas hace una década. ¡Veinte mil cartas, ni más ni menos! Y todas, cerradas. Así las encontró la Guardia Civil en su casa.
Lo primero que busqué fue una explicación. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué no las abrió con el placer del voyeur? ¿Qué instinto le movió? La prensa no responde aún a estas preguntas. Quizá las encontremos cuando el bueno del cartero declare ante el juzgado de Villena que instruye la causa por un delito que no había escuchado hasta ahora: infidelidad en la custodia de documentos. Se han decretado medidas cautelares contra él, aunque tampoco he conseguido saber cuáles, lo cual alimenta la intriga.
Los matasellos sitúan las cartas entre 2012 y 2013. ¿Cuántas historias de amor se habrán roto por su culpa? ¿Cuántas novias se quedaron sin respuesta? ¿Cuántas inspecciones de Hacienda no fueron comunicadas? ¿Cuántos desahucios acabaron con la patada en la puerta por no contestar a los requerimientos? ¿Cuántos avisos de corte de luz, de agua, de gas perdieron su derecho de alegación? Cuánto de todo se quedó a medias por culpa del viejo repartidor de Correos. Seguiré la historia solo por la curiosidad de saber a cuánto se condena la mala leche. No encuentro otra explicación para la fechoría del cartero de Biar.