Realmente poco se puede aportar al debate político más importante desde que este país se sacudió la dictadura y se fue convirtiendo en una democracia. Creo que todo está dicho y escrito y, últimamente, enseñado en las televisiones con las algaradas nocturnas que ocupan las calles del entorno de la sede del PSOE y las manifestaciones dominicales que llenan las ciudades.
La concordia, tan invocada desde el gobierno en funciones, es lo último que se ha procurado con los pactos (aún no explicados) con un señor huido de la justicia de apellido tantas veces pronunciado y con un montón de partidos pequeños a los que no prestamos tanta atención.
La concordia. Al ya de por sí jaleado ambiente político solo le esperan años de inestabilidad. Ni legislatura corta, ni larga. Da igual. Se van a hacer eternos los debates parlamentarios, las sesiones de control. La calle.
“A la concordia le han puesto un precio demasiado caro que pagaremos todos”
En nombre de la concordia se puede hacer todo, pero con 180 escaños. Es decir, con una mayoría nítida. O con un debate de fondo. O en comunión con la oposición, los agentes sociales, la sociedad civil. También puede ser una línea del programa electoral de cualquier partido político que crea en ella a través de una amnistía. Es lo único que tenemos: la libertad de votar. Y, llegado el caso, elegir concordia.
Pero a la concordia le han puesto un precio demasiado caro que pagaremos todos en forma de inestabilidades que ahora ni somos capaces ni de imaginar. El interés personal no llama nunca al entendimiento. Al revés. Deslegitima a quien lo coloca por delante de algo tan sagrado como el Estado.
Llegados a este punto los 121 diputados del PSOE quizá puedan temblar al votar. Y decidir. En nombre de la concordia.
Periodista de Atresmedia y Premio Planeta 2023