Las víctimas de la guerra de Ucrania están rodando en directo La vida es bella de nuestro tiempo. Marina, Victoria, Elisa, la niña rubia del sótano de Kiev, su madre embarazada de ocho meses, Igor, el combatiente recién llegado a las armas, la limpiadora de Fuenlabrada que vino a España para que sus hijos vivieran mejor que ella y acabó despidiendo a uno de ellos… que se ha ido a la guerra. Son personajes reales a los que nos acercamos con las cámaras de televisión o a través de una videollamada o de una red social que convierte en moderna la guerra de siempre. Benigni nunca pensó que su película se podría _ lmar sin guion, sin tomas ensayadas, sin montaje posterior. Ni que la banda sonora de estudio sería replicada veinticinco años después en el corazón de Europa. No calculó que hoy, en pleno siglo XXI, miles de Guidos podrían desfilar por nuestras pantallas impostando la vida para esos niños que, irremediablemente, evocan al Giosué de la cinta italiana.
De la misma manera, los ucranianos nunca pensaron que cruzarían la frontera de Polonia, de la República Checa, de Rumanía con un teléfono de última generación en la mano y una maleta con ruedas. Son los únicos signos que los diferencian del éxodo de la Segunda Guerra Mundial. O de aquel tránsito del Treinta y nueve en el que fueron los nuestros los que cruzaron hacia la libertad de un país que, nunca lo olvidemos, los alojó en playas cercadas por alambres. Siempre hay segundas oportunidades para los desastres humanitarios y cada siglo busca su rima con el pasado.
Pero hay algo que diferencia este conflicto armado de otros: el miedo de Europa a perder lo que tantas guerras nos ha costado conseguir. Occidente no tiene más armas que la libertad. Y quizá ha llegado el momento de que los de mi generación, los que hemos nacido con esa libertad estampada en el pasaporte, entendamos que no estamos para experimentos.
Nunca una guerra merecerá la pena, pero ojalá el sufrimiento de todo un país invadido por el capricho imperialista de un solo hombre sirva para cosernos las costuras. Esta generación ya tiene su Hitler. No habrá Benigni que supere el guion de la realidad que nos ha tocado vivir.