Ella, Isabel, Isabel II, la Reina, la protagonista de The Crown, ha muerto al cierre de este número de En Papel. Rompo el escrito que tenía previsto para ustedes porque la historia se impone otra vez. Los periodistas tenemos un defecto: disfrutamos como niños con los grandes acontecimientos. Quizá algún día tengamos que pedirles perdón por avasallarles de esta manera.
Siempre me pareció enigmática, nunca hemos sabido en qué creía, más allá de la monarquía que ha personalizado durante setenta años. Y eso que su presencia ha sido constante durante generaciones. Incluso para los adolescentes, la Reina Isabel II no es una desconocida. La han visto en Netflix. La pantalla la acercó tanto que cuando la veíamos la escuchábamos en la voz de la actriz de la primera temporada de la serie, Claire Foy.
Muere el siglo XX. Ahora sí. La llora el mundo entero. Ante ella han pasado quince primeros ministros británicos y a todos sedujo. El último servicio que se hizo a ella misma fue firmar el Brexit. Es de suponer que estaba en contra, pero no hizo ni un aspaviento. Cumplir con el deber no deja huella.
Me da cierta envidia el luto de los presentadores de la BBC al contar su muerte. Del respeto emana todo lo demás y es lo único que no caduca.
Mujer de discursos vacíos, se ha adaptado a la modernidad a través de los matrimonios que ha consentido, los divorcios que no ha tenido más remedio que transigir y los “trágalas” de su familia. Los británicos han perdonado los errores de cada uno de ellos. En realidad, estaban perdonándola a Ella.
Enterramos bien, dijo Rubalcaba, pero por una vez, haríamos bien en no enterrar este reinado.